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La sirenita

En alta mar el agua es azul como los pétalos de la más hermosa centaura, y clara como
el cristal más puro; pero es tan profunda, que sería inútil echar el ancla, pues jamás
podría ésta alcanzar el fondo. Habría que poner muchos campanarios, unos encima de
otros, para que, desde las honduras, llegasen a la superficie.
Pero no creáis que el fondo sea todo de arena blanca y helada; en él crecen también
árboles y plantas maravillosas, de tallo y hojas tan flexibles, que al menor movimiento
del agua se mueven y agitan como dotadas de vida. Toda clase de peces, grandes y
chicos, se deslizan por entre las ramas, exactamente como hacen las aves en el aire.

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La margarita

Oid bien lo que os voy a contar: Allá en la campaña, junto al camino, hay una casa de
campo, que de seguro habréis visto alguna vez. Delante tiene un jardincito con flores y
una cerca pintada. Allí cerca, en el foso, en medio del bello y verde césped, crecía una
pequeña margarita, a la que el sol enviaba sus confortantes rayos con la misma
generosidad que a las grandes y suntuosas flores del jardín; y así crecía ella de hora en
hora. Sigue leyendo

Lo que hace el padre bien hecho está

Voy a contaros ahora una historia que oí cuando era muy niño, y cada vez que me
acuerdo de ella me parece más bonita. Con las historias ocurre lo que con ciertas
personas: embellecen a medida que pasan los años, y esto es muy alentador.
Algunas veces habrás salido a la campiña y habrás visto una casa de campo, con un
tejado de paja en el que crecen hierbas y musgo; en el remate del tejado no puede faltar
un nido de cigüeñas. Las paredes son torcidas; las ventanas, bajas, y de ellas sólo puede
abrirse una. El horno sobresale como una pequeña barriga abultada, y el saúco se inclina
sobre el seto, cerca del cual hay una charca con un pato o unos cuantos patitos bajo el
achaparrado sauce. Tampoco, falta el mastín, que ladra a toda alma viviente.

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Las flores de la pequeña Ida

- ¡Mis flores se han marchitado! -exclamó la pequeña Ida.
- Tan hermosas como estaban anoche, y ahora todas sus hojas cuelgan mustias. ¿Por qué
será esto? -preguntó al estudiante, que estaba sentado en el sofá. Le tenía mucho cariño,
pues sabía las historias más preciosas y divertidas, y era muy hábil además en recortar
figuras curiosas: corazones con damas bailando, flores y grandes castillos cuyas puertas
podían abrirse. Era un estudiante muy simpático.
- ¿Por qué ponen una cara tan triste mis flores hoy? -dijo, señalándole un ramillete
completamente marchito. Sigue leyendo

El patito feo

¡Qué hermosa estaba la campiña! Había llegado el verano: el trigo estaba amarillo; la
avena, verde; la hierba de los prados, cortada ya, quedaba recogida en los pajares, en
cuyos tejados se paseaba la cigüeña, con sus largas patas rojas, hablando en egipcio, que
era la lengua que le enseñara su madre. Rodeaban los campos y prados grandes bosques,
y entre los bosques se escondían lagos profundos. ¡Qué hermosa estaba la campiña!
Bañada por el sol levantábase una mansión señorial, rodeada de hondos canales, y desde
el muro hasta el agua crecían grandes plantas trepadoras formando una bóveda tan alta
que dentro de ella podía estar de pie un niño pequeño, mas por dentro estaba tan enmarañado,
que parecía el interior de un bosque.
En medio de aquella maleza, unagansa, sentada en el nido, incubaba sus huevos.
Estaba ya impaciente, pues ¡tardaban tanto en salir los polluelos, y recibía tan pocas visitas!

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Pulgarcita

Érase una mujer que anhelaba tener un niño, pero no sabía dónde irlo a buscar. Al fin se
decidió a acudir a una vieja bruja y le dijo:
- Me gustaría mucho tener un niño; dime cómo lo he de hacer.
- Sí, será muy fácil -respondió la bruja-. Ahí tienes un grano de cebada; no es como la
que crece en el campo del labriego, ni la que comen los pollos. Plántalo en una maceta y
verás maravillas.

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Los vestidos nuevos del emperador

Hace de esto muchos años, había un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos, que
gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia. No se interesaba por sus
soldados ni por el teatro, ni le gustaba salir de paseo por el campo, a menos que fuera
para lucir sus trajes nuevos. Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y de la
misma manera que se dice de un rey: “Está en el Consejo”, de nuestro hombre se decía:

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