Cruce de trenes

Estaba revisando los últimos pedidos cuando nos detuvimos para ceder paso al expreso. La luz del vagón se apagó, levanté la vista del listado y la vi a través de las dos ventanillas. Ha perdido los rasgos infantiles, pero aquellos eran sus rizos, indomables a cualquier peinado, y suyos los ojos castaños que, adivinándome en la oscuridad, lanzaron una mirada de súplica. Incluso reconocí el libro que llevaba entre las manos, una antología de los cuentos de Andersen que Luisa y yo le regalamos cuando cumplió diez años.
Desde entonces no he dejado de hacer gestiones. La compañía ignora adónde se dirigía aquel expreso. El maquinista asegura que el cercanías no se detuvo antes de llegar a la estación de Algobre. Lo peor es lo de Luisa: intenta convencerme de que hace cinco años que me despidieron de la fábrica de galletas y jura, entre sollozos, que el viernes pasado no me moví de casa.

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